Cuando Ignacio Ortega comenzó a impartir cursos de supervivencia en la naturaleza en España hace más de una década, la mayoría de sus alumnos eran excursionistas o amantes del aire libre que buscaban mejorar sus habilidades. Pero hoy, sus clientes son diferentes —y sus motivaciones han cambiado drásticamente—.
«Ahora vemos familias, profesionales, incluso jubilados, preguntando cómo sobrevivir a un ataque químico o dónde encontrar un búnker seguro contra una amenaza nuclear», explica Ortega. «Desde que empezó la guerra en Ucrania, algo cambió».
España, tradicionalmente considerada geográficamente alejada de los frentes europeos, ahora siente los efectos de la inestabilidad global. La invasión de Ucrania en 2022 despertó temores que antes se consideraban marginales. Y a medida que aumentan las tensiones internacionales, esas preocupaciones se están convirtiendo en hormigón —literalmente—.
Durante el último año, la construcción de búnkeres en España ha aumentado de forma silenciosa. Antes reservados para los ultrarricos o los llamados ‘preppers’ apocalípticos, los refugios subterráneos privados ahora están siendo encargados por ciudadanos comunes que quieren estar preparados para lo impensable.
De lo marginal a lo esencial
Empresas como Bunker VIP, con sede en Zaragoza, han visto dispararse las consultas. En 2022, construyeron solo dos búnkeres. Para finales de 2024, esa cifra había aumentado a diecisiete. «El teléfono no para de sonar», dice Fernando Díaz Llorente, fundador de la empresa. «Antes construíamos para clientes muy concretos —ahora son profesores, profesionales de la informática, familias con niños pequeños».
Estos refugios no son baratos. Un búnker totalmente equipado y resistente a ataques nucleares en España puede costar entre 100.000 € y 500.000 €, dependiendo del tamaño, los materiales y la ubicación. Solo el sistema de filtración de aire puede superar los 9.000 €. A pesar del precio elevado, Díaz afirma que muchos clientes están dispuestos a estirar su presupuesto o pedir préstamos para lo que ahora consideran una inversión para la supervivencia.
En uno de los búnkeres recientemente construidos, las paredes están reforzadas con hormigón y acero gruesos. Hay un sistema de ventilación filtrada, energía de emergencia, reservas de alimentos ordenadas junto a tanques de agua. Una ducha antirradiación está situada junto a una pequeña zona de descanso. No es lujo —pero es seguro.
«La gente no cree necesariamente que la guerra estalle mañana», dice Díaz. «Pero quieren tranquilidad».
Déficit en infraestructura pública
Mientras la industria de búnkeres privados crece, España está por detrás de muchos otros países europeos en lo que respecta a refugios públicos. A diferencia de Suiza, donde la ley exige que todos los edificios cuenten con un búnker nuclear, España no dispone de tal sistema. De hecho, el país solo cuenta con unos pocos refugios públicos aptos para la guerra moderna.
Entre ellos están el refugio bajo La Moncloa, residencia del presidente del Gobierno, y un antiguo búnker de la Guerra Fría en la Base Aérea de Torrejón de Ardoz, cerca de Madrid. Estas instalaciones están diseñadas para asegurar la continuidad del gobierno, no para uso civil.
Según expertos en defensa, en España no hay más de cuatro refugios públicos capaces de resistir una amenaza nuclear o química. El resto —en su mayoría reliquias de la Guerra Civil— están obsoletos para los riesgos actuales.
Esta escasez ha generado creciente preocupación entre la ciudadanía, especialmente al ver que los países vecinos invierten en reforzar sus defensas.
Una tendencia europea
España no es la única que se está preparando. En Alemania, las autoridades han comenzado a restaurar cientos de búnkeres de la Guerra Fría y están desarrollando una aplicación para localizar refugios públicos. En Francia, el gobierno planea enviar guías de supervivencia a todos los hogares con instrucciones básicas. Y en Suiza, país conocido por su sistema de defensa civil, cada ciudadano tiene acceso garantizado por ley a un refugio.
La construcción privada de búnkeres también sigue esta tendencia. En Alemania, los búnkeres de alta gama pueden superar el millón de euros, mientras que en Francia los refugios compactos para dos personas parten desde los 40.000 €. En todo el continente, lo que antes se consideraba paranoia ahora se normaliza entre gobiernos y ciudadanos.
La respuesta de España
El Gobierno español ha reconocido la creciente ansiedad. Actualmente se está elaborando un nuevo plan nacional de protección civil que contemple amenazas militares —el primero desde la Guerra Fría. También se está preparando un nuevo manual de supervivencia, similar a los ya distribuidos en países nórdicos, con instrucciones para actuar en caso de guerra o desastre.
Sin embargo, no se ha anunciado ningún programa nacional de construcción de búnkeres públicos, lo que deja la responsabilidad en manos de los ciudadanos. Algunos preparan mochilas de emergencia. Otros almacenan alimentos o refuerzan sótanos.
«Está surgiendo claramente una cultura de la preparación», afirma el teniente coronel Manolo Cámara, experto en supervivencia. «Cada vez más personas se toman en serio la autosuficiencia. No es pánico —es realismo».
Prepararse para lo impensable
Para muchos españoles, construir un búnker no tiene que ver tanto con el miedo como con la necesidad de controlar su destino en tiempos inciertos. Ya sea por la guerra en Ucrania, la inestabilidad global o la creciente sensación de que las emergencias pueden ocurrir en cualquier parte, el interés por los refugios subterráneos refleja un cambio profundo en la sociedad.
Ortega, que antes entrenaba aventureros, ahora enseña simulacros ante emergencias nucleares y estrategias de defensa química. «La mejor supervivencia es la que se evita», recuerda a sus alumnos. «Pero si llega el peligro, hay que saber cómo actuar —y a dónde ir».
Mientras Europa se replantea la seguridad y la resiliencia, el silencioso auge de los búnkeres en España deja claro algo: incluso en países pacíficos, la era de dar por sentada la seguridad ha terminado.